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lunes, 20 de julio de 2009

Rózsa: 25 mil muertos para forzar mediación de países


El periodista español Julio César Alonso, quien investigó al mercenario boliviano Eduardo Rózsa, sostiene que la guerra civil que planificaba éste debía ocasionar la muerte de 25 mil personas para forzar la intervención de la comunidad internacional. Relato que ofreció en forma primicial:

“Cientos de bosnios vieron cómo Rózsa y sus hombres asesinaban, robaban y quemaban en los barrios musulmanes.
Tras la paz en Croacia y Bosnia, y siempre bajo la coordinación del coronel Gyla, Rózsa viaja con un grupo nuevo hasta Angola para apoyar a la UNITA de Jonás Savimbi, donde desempeña el papel de enlace con la prensa internacional mientras su grupo se dedica al sabotaje en Cabinda. La UNITA es derrotada, Savimbi muere y Rózsa huye a Hungría con sus mercenarios.
Reaparece en Kosovo, ya convertido al Islam y trabajando para una sospechosa ONG musulmana financiada en parte por USAID. Pese a estar ubicado en Macedonia, su afán de protagonismo le hace aparecer en la frontera de Morina. Allí comenta a periodistas croatas que va a “agitar a los albaneses que por cobardía no pelean”.

Korenica es uno de sus objetivos, donde asesina a cinco policías serbios desarmados. Más tarde sus hombres atacan tanto a kosovares como a serbios en Subogrlo, pero encuentra resistencia y debe retirarse. Ahí pierde, para evitar su identificación, a dos hombres a los que pese a estar heridos Rózsa les hace explotar con granadas de mano. Sus tumbas permanecen olvidadas en la carretera de entrada al pueblo. Los vecinos identifican a Rosza y a Thomas Claim, un mercenario australiano.
Posteriormente, Sudán recibe el ofrecimiento de Rózsa, quien, con un nuevo grupo se postula para trabajar en Darfur, donde propone al Gobierno sudanés hostigar a las ONG y limpiar la etnia Fur en la zona de Mukjar.
Las últimas noticias que tuvimos de él fueron a través de su blog, pero nadie conocía su paradero. Tan sólo un proyecto nos daba pistas de sus planes: si Chico fue su primera parte de autobiografía, el nuevo proyecto llamado La Guerra Sucia (The Filthy War) le consagraría en el mundo del celuloide.
En Hungría consulta con varios técnicos de cine una idea macabra: rodar (grabar) una película real de cómo se puede provocar una guerra. Las imágenes serían reales y los muertos y torturados también. Pero nadie sabía dónde habría de realizarse.
Regresando de la República Democrática del Congo, la noticia de su muerte nos llegó por Internet. Bolivia era el país elegido para su, literalmente, último trabajo. Allí pensaba organizar su guerra, la guerra que al menos duraría los meses suficientes para finalizar su película, sus masacres, sus torturas y su nuevo reino, “limpio de indios, negros, comunistas y demás desperdicios…”.
Sin embargo, no alcanzábamos a comprender los titulares de la prensa boliviana. Parecía que nadie quería creer que esos cinco hombres, dos mayores y tres jóvenes, pudieran ser mercenarios.
Pero nadie buscó documentación sobre los soldados de fortuna. Nadie pensó que la mejor edad de un soldado está entre los 19 y 30 años. Que la presencia de esos cinco dibujaba perfectamente parte de la estructura de una célula mercenaria. Nadie miró hacia atrás y comparó el grupo con el inicio de Rózsa Flores en Croacia, ni la coincidencia del trabajo que realizarían a modo de copia del efectuado en otros países.

Rózsa Flores pensaba calcar su particular “Guerra Sucia” en Bolivia, país al que siempre despreció en las conversaciones privadas y al que se refería, entre otras lindezas, como “cuna de indios analfabetos”, “nación de bobos” o “cubo de basura”,.
Sí, ya sé, en sus entrevistas nunca lo dijo, era un maestro en cultivar su imagen. Pero tal vez dentro de unos meses sepamos algo más.
Dos amigos de Rózsa, uno en Budapest y otro en Beli Monaster (Croacia), recibieron en el mes de marzo un video de Rózsa en el que, según sus receptores, el mercenario se sentía traicionado por los que le habían contratado. Decidió grabarlo para que, en caso de que lo eliminasen, se supiese cómo y quién había contratado sus servicios para organizar algo desconocido en Bolivia: una guerra civil en la que militares, policías e indígenas se convertirían en víctimas protagonistas de su última película.
Será en septiembre u octubre cuando este documento salga a la luz. Entonces sabremos la verdad de Rózsa Flores, un experto mercenario que formaba grupos mixtos de veteranos y jóvenes para orgías de sangre. Hoy Colton Perry en EEUU podría aportar más datos sobre el finado; el norteamericano fue herido en una pierna y en la espalda mientras cubría la retirada del PIV en Zupanja. Muchos apuntan a la pistola UZI de Rózsa Flores como la autora de esos disparos.

Los mercenarios llegaron a Bolivia. Estaban preparando no una defensa, sino una guerra que debía durar, para ser rentable económica y políticamente, más de un mes. El cálculo de muertos para este fin era, en la primera semana, de 25.000. Con este planteamiento sólo una intervención internacional, siguiendo el modelo de Croacia y Kosovo, la detendría.
Llegarían voluntarios argentinos, algunos de ellos ya veteranos “voluntarios” de las guerras balcánicas. También se esperaban paraguayos, colombianos y algunos elementos uruguayos. ¿O todavía se esperan?
Rózsa Flores ha muerto, pero su gente no. ¿Siguen en Bolivia? ¿Volverán? No me alegro de la muerte aunque sea natural, pero al menos a mí me evita volver a grabar niños reventados, mujeres agarrándose sus vientres y sangre, mucha sangre que, sea de quien sea, es roja y al contacto de la pólvora tiene olor a fritanga”.